Viernes, once de la mañana, en uno de los bulevares que vertebra de norte a sur la ciudad de Rosario (300 kilómetros al noroeste de Buenos Aires), varias decenas de personas esperan fuera del Tribunal Oral Federal Número 1. Son de todas las edades, hay chicos y chicas que se han saltado un par de clases, gente un poco más mayor, también ancianos, incluso una mujer con su hijo que no llega al año. Sonríen, comentan qué tal estuvo el día anterior, colocan pancartas, toman mate con los gendarmes que controlan la entrada, de quienes saben su nombre, apellidos, incluso detalles de su vida. Porque esta escena se repite todos los jueves y los viernes, días en los que se celebran los juicios a los represores de la dictadura militar (1976-1983) en Rosario: están ‘haciendo el aguante’.
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